En un mundo que avanza hacia la digitalización total, millones de personas aún enfrentan barreras para acceder a servicios básicos, educación, empleo y participación ciudadana. La accesibilidad universal —el principio que garantiza que todos, sin importar sus capacidades físicas, sensoriales o cognitivas, puedan interactuar con su entorno— sigue siendo una promesa incumplida en gran parte de América Latina.
Según la Organización Mundial de la Salud, más de mil millones de personas viven con alguna forma de discapacidad. Sin embargo, los espacios públicos, plataformas digitales, sistemas de transporte y servicios gubernamentales continúan excluyendo a quienes no se ajustan al “usuario promedio”.
“Accesibilidad no es solo rampas o subtítulos. Es pensar en todos desde el diseño”, afirma María Fernanda Rivas, arquitecta especializada en diseño inclusivo. En Costa Rica, iniciativas como el programa Ciudades Accesibles han comenzado a transformar parques, aceras y edificios públicos, pero aún queda mucho por hacer.
En el ámbito digital, organizaciones como ADASFRO han comenzado a capacitar comunidades rurales en el uso de herramientas accesibles como lectores de pantalla, navegación por voz y plataformas con diseño adaptativo. “La inclusión digital es clave para que las personas con discapacidad puedan estudiar, trabajar y participar en la vida pública”, señala Lenin Pérez Guzmán, presidente de la asociación.
La accesibilidad universal no es un lujo ni una concesión: es un derecho humano. Y su implementación efectiva no solo beneficia a quienes viven con discapacidad, sino que mejora la experiencia de todos los ciudadanos. Diseñar para la diversidad es diseñar para la resiliencia.

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